18 de diciembre de 2014

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Fotografía de Schristia (Flickr)

¡Hola, Benjamín!

Al principio de tu anterior carta de hace dos semanas, me hablabas de tu novela (yo tenía ganas de saber cómo iba) y de lo que tenemos que hacer los autores independientes para asomar la patita. Te preguntabas, con motivo de estar retransmitiendo en directo (como tú mismo decías) la redacción de tu nueva novela, qué pasaría si te dieras cuenta de que lo que estabas escribiendo no te llevaba a ninguna parte. En ese caso, toda esa retransmisión se habría quedado en el proceso de escritura de un proyecto inacabado; pero en este oficio, escribir algo nunca es en vano. Se aprende más escribiendo muchas cosas mal que escribiendo pocas cosas bien.

Pero, es verdad, yo soy de los que prefiere no decir nada de lo que tiene entre manos, aunque a veces se me escape, y es que suelo dejar en el aire muchos relatos. Y en el pasado me ocurrió con novelas también. Ahora mismo puedo decirte que tengo ocho historias bastante avanzadas en una carpeta virtual a la espera de llegar al final y otro buen puñado que prefiero no enumerar esperando el momento de decidir si pasan al olvido o merecen una nueva oportunidad. Tal vez, de todas formas, también hay algo de supersticioso en eso de no hablar sobre lo que uno está escribiendo, por lo menos en mi caso. Desde luego, a mí me parece muy bien que compartas tus avances en la medida de lo posible porque creas expectación y, como bien dices, los autores independientes tenemos que buscarnos la vida como sea. Y, otra vez, estoy contigo en que esto de escribir no aporta un carácter superior a la persona que se dedica a ello, ni porque lo haga mejor ni porque lo haga peor.

De todas maneras, en tu carta me dices también que conseguiste conocer el final y ya después de todo este tiempo supongo que la cosa está a puntito de caramelo. A mí, si no tengo por lo menos un final provisional, me cuesta mucho ponerme a escribir algo. Pero ya veo que tú has avanzado muchísimo sin tener muy claro hacia dónde ibas. Aunque intuyo que algo sabías. Algún día se estudiará la ducha como un lugar místico de resolución de problemas: a mí también me ha pasado más de una vez; muchas veces, en realidad. Y, está claro, las ideas surgen cuando les da la gana, cuando uno menos lo espera, no cuando el escritor quiere. Tengo una libreta siempre junto a la cama. Suelo leer bastante antes de dormir, y leyendo historias, se me ocurren a mí otras. Me sucede al pasear, pero también cuando salgo a comprar, cuando estoy charlando con alguien, cuando estoy cocinando o viendo la tele. Se me nota porque estoy como atontado: a veces la cabeza de uno trabaja sola, no hay forma de darle a un botón y desconectar como pasa con el ordenador. Lo importante es anotar lo que a uno se le ocurra, aunque luego decida que no vale para nada. Tengo más de 120 ideas potenciales, algunas más desarrolladas que otras, desde que en enero de 2012 decidí abrir un archivo volcando las ocurrencias que iba apuntando en otros sitios. De algunas han salido historias bastante potables y el repertorio sigue ampliándose. Es una de las cosas que más me gusta: desarrollar ideas que, a lo mejor, no van a ningún sitio. Y otra de las cosas que más me motiva al escribir, es ponerme a escribir la siguiente historia. Por eso, supongo, escribo relatos.

Tus progresos son buenos si con esa libreta y un boli consigues escribir tantas páginas. Ya te dije que para mí sería del todo imposible. Hubo un tiempo en que pensé en establecerme un mínimo de palabras cuando me sentaba en el ordenador a escribir, pero ya no lo hago. Intento que cada una de mis sesiones sea lo más productiva posible.

Por primera vez este año me he dedicado en exclusiva a escribir y bien merece un repaso en estas cartas que nos enviamos. Desde luego, no ha sido fácil. Para hacer un pequeño resumen, ahora que casi finaliza este 2014, puedo decirte que no ha estado del todo mal. Visto en conjunto ha sido bastante positivo: he sido finalista de algunos concursos y uno de ellos me ha llevado a firmar mi primer contrato real con una editorial. Ese relato fue El piso, que aparecerá en una recopilación de la que pensaba no iba a llevarme nada. Será un 4% por ciento sobre el precio final de venta, y está muy bien puesto que soy uno de los diez escritores que participan en el libro. Eso quiere decir que ExLibric entrega el 40% de las ganancias a los escritores. ¿Puedes creértelo? El contrato estipula una obligación de edición mínima de 25 ejemplares y máxima de 100 por parte de la editorial y una cesión de derechos por cinco años. Lo bueno de este contrato es que no tiene exclusividad, así que yo puedo utilizar mi relato para cualquier otro libro, al igual que el resto de autores. Es cierto, 100 ejemplares no son nada, y aunque la editorial tiene puntos de venta interesantes repartidos por la capital, no sé cuántos pueden llegar a venderse. De todas maneras, me alegra haber tenido una experiencia positiva con un editor. El trato, por lo pronto, está siendo muy bueno.

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Fotografía de Bethan Philips (Flickr)

Han pasado otras cosas en este año, como que ahora formo parte de un grupo de catorce alumnos que están preparando una serie de televisión. La Térmica TV me ha permitido conocer a gente con ganas de escribir y de pasarlo bien creando historias, y todo de la mano de un pedazo de director como es Manuel Gutiérrez Aragón y de una guionista fabulosa con una enorme experiencia como es Virginia Yagüe; de ambos estamos aprendiendo muchísimas cosas. Vamos avanzando con nuestras cosas y yo, por supuesto, sigo escribiendo todo lo que puedo.

Creo que podré participar en el concurso de los 50.000 euros. Sin esperanza alguna de ganar nada, tengo más de cien páginas en nuevos relatos de terror. Me hubiera gustado participar con una recopilación en un género distinto, pero con el resto de relatos participé en concursos y tienen que ser inéditos y los que me quedan apenas alcanzan las setenta páginas, calculo. De todas maneras, me alegro de haber cumplido el objetivo, aunque todavía durante estos días tengo que terminar alguna cosa y, por supuesto, corregir bastante. Cruzo los dedos a falta de dos semanas para que finalice al plazo.

Este año he completado 74000 palabras, 23 nuevos relatos, que dentro de unos meses se convertirán con toda seguridad en 31. El resto de cosas que he escrito no lo cuento, aunque lo lleve en mis dedos. He escrito muy poco terror. Aunque haya superado las cien páginas, como acabo de decir, en realidad son seis relatos los de terror; el resto, esos diecisiete, son relatos de ficción: realismo sucio, costumbristas, esas cosas. No voy a tener prisa por publicar lo siguiente porque cuando lo haga quiero estar muy seguro de que es lo mejor que he podido reunir; quiero que sea algo que defina muy bien lo que puedo hacer como escritor, lo que quiero ser, aquello por lo que deseo que se me conozca. O al menos que se acerque un poco. No es que Autotomía no fuera eso, pero pienso que podía haber sido una reunión más coherente si hubiera esperado un poco.

Mi intención para este 2015, lo confieso, es publicar un nuevo conjunto de relatos de terror y otra recopilación con relatos de ficción más cotidianos. Ése es mi objetivo antes de la primavera, pero estoy aprendiendo a no imponerme fechas porque suele perjudicarme esa presión.

Lo que he descubierto durante este año, en que me he dedicado casi en exclusiva a escribir, es que esto no puede hacerlo cualquiera. Y no me refiero a teclear y hacerlo bien, ni mucho menos: creo que mucha gente tiene la capacidad de escribir y sacar buenas cosas. Me refiero a dedicarle todo el tiempo que se necesita, ya sea para perfeccionar el estilo o, simplemente, para escribir una novela. Uno no puede vivir del aire durante todo el tiempo que se necesita para desarrollar una carrera consistente que, en el mejor de los casos, suele tardar unos cuantos años. Yo he compatibilizado durante mi vida la escritura con trabajos que me han dejado más o menos tiempo para escribir. He llegado a escribir en el trabajo en una libreta de papel, delante de unos monitores donde se proyectaban ocho películas a las tantas de la madrugada mientras me caía de sueño. Lo he hecho en una caseta de madera sentado en una sillita de montaña con las piernas encogidas y el portátil escondido bajo una balda llena de mapas y folletos turísticos, con un calor terrible a veces, con un frío que te cortaba las mejillas en otras ocasiones. Lo he hecho dentro del coche. A veces escribía por la mañana, antes de irme a trabajar. Hubo una época en Málaga en que escribía en jornadas de seis y siete horas diarias, todos los días. Fue una de las épocas más fructíferas, de la que surgieron dos novelas. Y aquí sigo después de un porrón de años. Se ha de trabajar. Un escritor que comienza es mejor que no tenga presión alguna. Por suerte, yo no tengo demasiada porque mi pareja es mi apoyo principal y tiene un trabajo que nos permite ir tirando con dignidad. Pero a veces uno se para a pensar si en realidad esto servirá, si uno llegará a ser algo más que un escritor independiente que se pega de bruces con la indiferencia editorial y, lo peor, de la de los potenciales lectores, y que a lo que aspira es a sumar un libro más a la masa ingente que ya puebla el ciberespacio: mis libros se perderán en Amazon como lágrimas en la lluvia. Sea como sea, lo intentaré por diferentes cauces. Sigo intentando convencerme de que escribo bien; sigue evolucionando mi forma de escribir y, tal vez, el año que viene lo haga de una forma distinta. Pero está claro que mi propósito sigue siendo pasármelo bien, disfrutar escribiendo igual que disfruto leyendo.

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Fotografía de Bethan Philips (Flickr)

Lo mejor que me llevo este año en lo literario (y en lo pedagógico) es haber conocido y leído muchos libros de teoría y crítica literaria con autores como Bloom, Gardner, Rona Randall, Ford, Alatorre o el propio Nabokov; haberme encontrado con Gogol y su El capote; con una impresionante Antología del cuento norteamericano que, entre otros, contiene La famosa rana saltarina de Calavera County, de Twain; y, por supuesto, me quedo con el genio de los genios, con Chéjov. También ha sido el año del fabuloso Raymond Carver, que tanto me ha abierto los ojos con relatos magistrales como Pluma, Leña o Catedral, y agradezco mucho recientemente haberme topado con Richard Price y The Wanderers, con un tratamiento brutal de la acción y el diálogo, con escenas vivas como pocas veces me he encontrado en una reunión de relatos camuflados en novela.

Y en el terror, con cosas como Segundo gran libro de terror, en donde he descubierto a Carol Oates y a otros tantos autores inéditos en España en este género tan denostado. En lo fantástico, los relatos de Tim Powers que con su Reparador de biblias me han inspirado alguna idea que guardo como una posibilidad real de sacar alguna historia interesante. Y, claro, Edgar Keret con su Un hombre sin cabeza y otros relatos y su Pizzeria Kamikaze y otros relatos, que me han hecho comprender, de nuevo, que todo puede hacerse en el mundo de la escritura y, más concretamente, en el relato; que lo fácil, es difícil, y que también gusta mucho. También tengo que hablar de Vonnegut y de relatos suyos como Gritarlo a los cuatro vientos y Una canción para Selma, de lo mejorcito que he leído en toda mi vida. ¿Y novelas? Pocas, la verdad. Si hay alguna, es muy corta. La mayoría las he dejado. Me interesa el relato y me centro en ello y leo todo lo posible que pasa por mis manos. Sigo sin entender cómo en el mundo lector de hoy no es tan apreciado el relato. O, al menos, es lo que me parece.

En fin, ya supero las 1800 palabras y creo que es momento de dejarlo para otro día. Queda tiempo para desearnos felices fiestas y buenas cosas para el año próximo. Este 2014 no ha estado del todo mal, pero el que viene, el que viene tiene que ser mejor.

¡Un abrazo, Benjamín!

3 respuestas a “18 de diciembre de 2014

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  1. Pues puedes decir que este año has trabajado mucho, desde luego que sí, tanto escribiendo como leyendo. Yo no sería capaz de mantener tantas historias abiertas, necesito centrarme sólo en una. Tienes un cerebro muy compartimentado, ¿no? ¡jajaja!
    Me alegro de que estés disfrutando del curso de guión, y de ese contrato editorial. Es una buena noticia, aunque las ganancias económicas acaben siendo anecdóticas. El currículum también es importante a la hora de presentarse ante nuevas oportunidades.
    Efectivamente, aunque no tenía claro el final cuando empecé a escribir la novela, sí que tenía una idea bastante aproximada de hacia dónde quería llevar al protagonista, de su evolución personal. Me faltaba todo lo demás, que no es poco, pero me gusta dejarme llevar y encontrarme con los retos que me plantea la historia a medida que voy descubriéndola mientras escribo. Quizás no sea la forma más ortodoxa de crear una novela, pero a mí me motiva muchísimo el hecho de no saber qué me esperará cuando vuelva a coger el boli.
    Antes de acabar el año escribiré yo también una carta de balance. Corro el riesgo de que sea kilométrica, porque aunque tengo la sensación de que todo ha ido muy rápido, me han pasado muchas cosas interesantes.
    ¡Un abrazo y feliz Navidad!

    1. No te preocupes por que sea una carta muy larga: tienes un lector seguro. Y si es larga será con motivo: has conseguido muchas cosas durante este año y sería interesante hacer un balance de todo y verlo en perspectiva. En mi opinión, has logrado mucho como autor independiente, seguro que más que algunos escritores que van de la mano de según qué editoriales. Y estoy seguro de que tu siguiente novela te reportará nuevas alegrías.

      No sé si tengo un cerebro bien compartimentado. 😛 Desde luego, cuando me meto en la comida me vuelvo un poco loco.

      Lo dicho, tengo muchas ganas de leer tu última carta del año y, por supuesto… ¡feliz Navidad! ¡Un abrazo!

  2. Reblogueó esto en la recachay comentado:
    Nueva carta de Toni Cifuentes en la que hace balance de su año como escritor… y lector, porque ha escrito y leído también mucho. Como siempre, es un placer leer sus reflexiones acerca de la escritura. Antes de que acabe el año, una nueva carta de mi puño y letra.

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