Ya tengo 36 años y, aunque no son muchos, llevo pensando en convertirme por un rato en el abuelo Cebolleta y contar qué suponía ser un joven e inexperto aspirante a escritor en los 90. Pero lo haré otro día. El mundo ha cambiado y ahora se nos abren nuevas vías, y lo que parecía que iba a ser un camino mejor se está convirtiendo en un desafío que debería estimular a muchos en la búsqueda de alternativas reales y directas que beneficien de verdad a los lectores y a los autores. Está claro que unos y otros jugaremos un papel fundamental en el futuro del libro, ya sea digital o en papel. Debemos ser los portavoces de ese cambio y empezar a desplazar a quienes solamente buscan la pasta y nada más. No hay que dejarse engañar y yo ya estoy un poco cansado de tantos cantos de sirena.
Fotografía de Don Solo (Flickr).
No viene a cuento, pero el otro día vi Godzilla (ésa en la que aparece Bryan Cranston al principio y unos bichos gordos de fondo inmersos en la oscuridad). No me gustó nada. Ese monstruo persiguiendo a los Mutos y dándose de hostias me recordó a las grandes corporaciones con intereses en el mundo editorial: mucho ruido, muchos edificios destruidos, mucho fuego, coletazos y mordiscos a diestro y siniestro; pero quienes están en primer término, nosotros, los escritores y lectores, los humanos y soldados, daban vueltas y disparaban sin mucho sentido y sin saber realmente qué hacer: pintaban menos que Pichorras en Pastriz.
La interesante crónica del amigo Benjamín puede darnos algunas pistas de hacia dónde vamos y de dónde venimos.
“En 2014 no se puede decir que las editoriales sean imprescindibles”. Con esta sentencia inició Miguel Aguilar, director literario de la Editorial Debate, su intervención en la ‘Mañana de edición de autor’, el viernes en el Salón Liber 2014. Ahora retomaré su ponencia, pero antes quiero destacar la frase más contundente que le he escuchado a nadie referida a la realidad del sector editorial: “La mayoría de veces el soñado contrato con una editorial es una mierda pinchada en un palo”. No la pronunció un autor resentido ni un crítico con ganas de llamar la atención, sino Guillem d’Efak, director desde hace un año de la agencia literaria Carmen Balcells, la más importante en lengua española.
Autotomía 
Es exactamente así, Toni. Los escritores, que deberían ser la base de este negocio, se han convertido en poco menos que «kleenex»: usar y tirar. De vez en cuando sale alguno que funciona comercialmente y lo cuidan un poco más, pero resulta incomprensible que de toda la cadena del libro, el escritor sea quien menos beneficio saca. Esto no es sostenible y los síntomas de un cambio profundo son ya bien visibles. Gracias por compartir la entrada. ¡Un abrazo!
Me quedé de piedra cuando un librero (no tenía apenas relación con él porque es la pareja de la hermana de unos amigos, pero me cayó muy bien cuando pude hablar con él hace unos días), como te decía, me quedé de piedra cuando me dijo que ellos se llevaban un 30% de la venta del libro… No lo sé. Algo no anda bien desde hace mucho tiempo y hay que intentar poner remedio. ¡Un abrazo!
Un 30% se quedan los libreros que venden mi libro. Pero, claro, yo no tengo que pagar a un distribuidor ni a una editorial. Ese 30% me parece muy razonable. Lo que resulta inaudito es que el autor sea el que menos recibe. Hay mucho que arreglar. Un abrazo.
Claro, claro. Yo quería decir que me parecía alucinante cuando esas mismas editoriales que dejan un margen lógico para las librerías luego pagan un 10% a los escritores. Está claro que en la cadena el que menos gana y, además, el que más pierde es el propio autor.