Las torres de los orgasmos secretos

Capítulo I

Jugueteaba con su pene desnudo cuando recibió la invitación para formar parte del grupo «Reiniciemos el mundo». Roy se subió los pantalones, hizo clic y aceptó.

Encontró aquella página de Facebook con el evento «Mueran todos los mayores de catorce años» y pronto recibió varios mensajes internos – algunos llenos de emoticonos de corazones y dibujos graciosos de gatitos que le hicieron reír– animándole a que le diera a «Me gusta». Deslizó la pantalla y se sorprendió de la gran cantidad de iniciativas que había, la mayor parte con fotos de gatitos con sombrero y unos cuantos de miles de «Me gusta». Por suerte, ninguna con los necesarios para alcanzar su objetivo.

Otra vez, pensó Roy. Otra vez. Y se estremeció. «Mueran todos los mayores de catorce años» casi había alcanzado los cien mil.

Roy cogió el walkie-talkie que reposaba sobre su libro abierto de matemáticas.

–Mamá, ¿puedes subir? Es algo muy importante. Los he encontrado. Cambio.

–Recibido, hijo. Cambio y corto.

Roy se abrochó el botón, se subió la cremallera y enderezó la espalda. Escuchó los pasos rápidos de su madre subiendo las escaleras.

–Estaba limpiando la ametralladora, ¿qué ocurre? ¿A qué huele?

Roy tragó saliva.

–Mira, mamá –dijo.

Elena observó la pantalla. La velocidad con que subían los «Me gusta» era asombrosa.

–¿Cuándo lo has sabido?

–Acabo de recibir la invitación, mamá. Estaba estudiando y lo he visto ahora, por eso te he llamado.

Elena se sentó en el colchón. Se secó el sudor con el mismo trapo que olía a queroseno y metió una mano en el bolsillo hondo del delantal. Sacó su teléfono móvil y marcó.

–Kev, tenemos un catorce cero ocho. ¿Me has oído? ¡Un catorce cero ocho! Tienes que llamar a Hank.

–Mamá, ¿crees que lo conseguirán esta vez?

Elena tapó el auricular.

–Roy, por favor, estoy hablando por teléfono con tu padre. Sí, escúchame, ahora se hacen llamar «Reiniciemos el mundo» y,  ¡escúchame!, están a punto a de llegar a los cien mil, ¿me oyes? –Elena se pasó una mano por el rostro. Se movía inquieta por la habitación. Revolvió el pelo de su hijo y se esforzó en sonreírle–. Está bien, lo haré. Te quiero, Kev. La otra noche estuviste fantástico. Cambio y corto.

Colgó, se secó una pequeña lágrima que había empezado a deslizarse por su mejilla y se arrodillo frente a Roy.

–Hijo, escúchame.

–¿Qué pasa, mamá? –Roy temblaba–. ¿He hecho algo mal?

–No, claro que no, cariño. Mírame. Es posible que esta vez no podamos hacer nada. Papá te quiere mucho y yo también. Lo sabes, ¿verdad? –Roy asintió con las manos apretadas entre las rodillas–. Si eso ocurre…

–Mamá…

–Si eso ocurre, si llegan a los cien mil «Me gusta», si Hank no consigue bloquear la página, entonces… tendrás que hacerlo solo.

–Mamá…

Elena acarició las mejillas sonrosadas de Roy y le besó en la nariz.

–Tendrás que subir al desván y activar el protocolo de emergencia. Los trolls, escúchame, los trolls espaciales te ayudarán, ya lo sabes. Tienes que contactar con Margak y…

Roy estaba llorando.

–Mamá… Yo…

–Tendrás que subir al desván, ¿me escuchas? –le preguntó, con voz dulce. Roy asintió–. Activa el intercomunicar ventral como te he enseñado tantas veces, ponte el traje y… –Elena suspiró. Contempló durante unos instantes la barra del navegador. Se percató de que su hijo, otra vez, se había metido en páginas guarras. Sin embargo, en aquel momento no se enfadó–. Si Hank no consigue que Facebook bloquee esa página a tiempo… Dios mío, si Hank no lo consigue, entonces tú, tú tendrás que salvarnos a todos, Roy. Tendrás que alcanzar Las torres de los Orgasmos Secretos y penetrar el Castillo Omnisciente para derrotar a Bluk. Sabes como matarlo. Entrenamos los movimientos, sabes como usar la Espada Tentáculo y desplegar el Cristal de Mariposas. Lo conseguirás. Lo sé.

–¿Mamá?

–¿Qué?

Su voz era cálida como una bolsa de palomitas recién sacada del microondas.

–¿Eso dónde está?

Elena se retiró un mechón de pelo. Los ojos le brillaban.

–¿El qué?

–Las torres y el castillo.

–Oh –dijo Elena, reincoporándose. Retiró el polvo de la pantalla con despreocupación–. Junto a la heladería, bajando la calle, a la izquierda del Carrefour.

–¿De verdad?

–¡No, Roy! –Elena le dio una colleja rápida a su hijo–. Deberás encontrarlo tú, ¿es que no lo sabes? ¿Has estudiado? Llevamos años entrenándote, desde que naciste, entrenándote para cuando llegara este momento, ¿y ahora me pregunas eso?

–Lo siento…

–Hijo, Roy, por favor, escúchame. Tendrás que vivir una aventura fabulosa llena de peligros y conocerás a un montón de seres extraños y simpáticos, algunos con grandes senos. –Elena movía mucho las manos y se balanceaba al hablar, y a veces miraba la pantalla del ordenador, a esos «Me gusta» que seguían subiendo–. Algunos te traicionarán, algunos no querrán ayudarte, pero otros se convertirán en inesperados aliados. Y recorrerás paisajes sorprendentes y se producirán muchos giros inesperados y contragiros y… –Elena puso las manos en los hombros de Roy–. Si fuera tan fácil esto no daría para más de quinientas páginas. –Roy moqueaba–. ¡Sube al desván! –Entonces Elena observó la pantalla otra vez–. Oh, no, no es posible. ¡No! Sólo queda un «Me gusta»…

Roy movió una mano temblorosa hacia el ratón.

–¿Le doy, mamá?

–Hijo –dijo Elena–, ¿por qué eres tan tonto?

Entonces, Roy deslizó el ratón y, sin pensarlo un segundo, hizo clic.

Roy estaba solo. Su madre había desaparecido. La calle estaba distinta. No escuchaba el tráfico ni voces adultas y el aire estaba quieto como una patata. Roy agitó la mano en el aire como si, de alguna manera, pudiera acariciar el lugar que había ocupado su madre hacía nada más que un instante. Ya no estaba allí pero permanecía su olor y, tal vez, algunos átomos perdidos de su pasado material.

En la pantalla comenzaron a aparecer una gran cantidad de mensajes de agradecimiento de Bluk, cuya foto de perfil era un corazón con un arcoiris y una carita amarilla sonriente. De repente, la calle se llenó de niños, el cielo se ensombreció y empezaron a gritar.

Roy bajó la persiana lleno de terror. Intentó respirar de nuevo, olvidarse de lo que acaba de ver reptando por el asfalto, abriendo bocas pringosas y agitando miembros deformes.

Entonces Roy se acomodó en su asiento, cogió el ratón y, lentamente, abrió una de las ventanas del navegador. Su cremallera hizo «ziiiip». La aventura acababa de comenzar.

(Esto ha sido un ejercicio de Insectos Comunes. Tranquilos. No lo continuaré.)

Más propuestas de best-sellers de los Insectos Comunes:

Poe y los castigos rojos, de Esther 30 años de relojes binarios, de Daniel Centeno Los ejércitos de los robots tecnológicos, de Chukes Rivers 5 historias de castigos binarios, de Cerdo Venusiano Los misterios de los monumentos ridículos, de Raúl Los crueles postes rojos, de Benjamín Recacha

6 respuestas a “Las torres de los orgasmos secretos

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  1. He de decir que esto fue una experiencia alucinante. Me reí mucho y sentí mucha tensión en la urgencia de su madre, pese al absurdo de los likes y de cómo estos cambian al mundo (jajaja me encanto eso, es tan de best seller posmoderno para adolescentes).

    Me mataste con «Su voz era cálida como una bolsa de palomitas recién sacada del microondas.»
    Muy bueno, Tony.

    1. No, imposible continuar esto. ¡Me llevaría años! Y no soy capaz de escribir novelas de más de 300 páginas. Esto da para una saga de cinco libros y ahora mismo está fuera de mis posibilidades. 😀

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