Jueves, 5 de marzo de 2015

 ¡Hola, Benjamín!

 El Taller de TV de la Térmica, que comencé hace ya casi cinco meses y está próximo a su fin, me ha hecho recuperar de la estantería un libro titulado El guion, de Robert McKee, un clásico entre los libros de su clase.  Acaricié también y estuve leyendo un poco un libro de Chion –Cómo se escribe un guion–, y todo para repasar algunos conceptos y seguir aprendiendo. Ese libro, el de McKee, lo compré hace 6 años (tengo la segunda edición de diciembre de 2009 de Alba minus); el otro, no lo recuerdo.

Libros
Algunos de mis más preciados libros.

Toda la palabrería inicial de El guion, nada más abrirlo, me pareció que no iba conmigo. Llegué a la conclusión de que para un escritor de novela toda esa teoría no servía para nada, que McKee estaba hablando de cosas aplicables a guiones cinematográficos y que la literatura era una cosa más elevada, alejada de la banal industria; que, a pesar de las muchas cosas que comparte con ese hermano menor tonto pero mucho más rico, la creación literaria no podía encararse con el mismo espíritu. Apenas lo leí.

Ahora lo he cogido con ganas y, es curioso, porque el propio McKee (en esas páginas iniciales) comenta lo poco que en Europa nos gusta que nos enseñen a escribir:

 «Los guionistas extranjeros han tenido incluso menos oportunidades de estudiar su oficio. Los académicos europeos suelen rechazar que la escritura se pueda enseñar, en ninguno de sus sentidos, y consecuentemente nunca se han incluido cursos sobre escritura creativa. (…) Europa cuenta con muchas de las escuelas de arte y de música más brillantes del mundo. Es imposible comprender por qué se considera que un tipo de arte se puede enseñar y otro no».

 Eso era lo que me ocurría a mí pero, poco a poco, he ido convenciéndome de que no tenía sentido no partir de una base sólida de conocimientos (ya lo he hablado más de una vez), lo que me ha llevado a leer un buen puñado de libros de teoría literaria. Podría seguir empeñado en escribir sin más, probar para ver qué sale (como he hecho siempre), pero no voy a hacerlo. Aun considerando que las miles de páginas que he escrito y que jamás verán la luz (porque están mal escritas, porque no llevan a nada o una mezcla de ambas cosas), me han servido muchísimo para aprender y desarrollarme como escritor, está claro que cuando más he aprendido ha sido en estos últimos años en que me he centrado en el análisis de mi propia escritura y de mi personalidad. Por mucho que mi deseo sea seguir tanteando historias y disfrutar del hecho de crear por crear (de regocijarme en mi creatividad), no puedo seguir acumulando páginas en vano porque es un esfuerzo que ya no me apetece realizar (y también considero que, ahora mismo, no puedo permitirme). Para comprender qué me interesa decir cuando escribo y cuál es la mejor forma de expresarlo, tengo que conocer y utilizar determinadas herramientas de una forma consciente.

 De entre todo lo que McKee expresa en todo el inicio de El guion, esto es lo que más me ha gustado:

 «Conocerse a uno mismo es la clave: la vida junto con una profunda reflexión acerca de nuestras reacciones ante ella».

 Esta frase sintetiza perfectamente lo que llevo haciendo durante este último año y medio. Pero esta reflexión viene precedida de otros comentarios sin los cuales quedaría muy vacía de contenido.

 En esa misma introducción he leído lo siguiente:

 «Cuando una persona con talento escribe mal, lo suele hacer por uno de los siguientes motivos: o está obcecada con una idea que quiere demostrar, o le embarga una emoción que quiere expresar». Y añade: «Si una persona con talento escribe bien suele ser por expreso deseo de llegar a su público». Y es indudable que tiene razón porque, como el mismo McKee escribe: «Sin él (el público), el acto creativo es inútil».

 Uno piensa que la actividad solitaria del escritor y su autosatisfacción (el logro de tener entre manos una obra ya finalizada y con el nombre de uno en la portada) justifica todo el trabajo realizado per se. Pero, al final, quien decidirá si eso es bueno o no será el público (en el caso de los escritores de novelas, los lectores). Esa autosatisfacción no basta. Ese obcecamiento por superar una serie de obstáculos por el mero hecho de poner un punto y final, pueden no servirnos para nada.

 Según McKee, la pérdida de calidad de los narradores se debe a  «(…) que los que hoy aspiran a ser guionistas se apresuran a sentarse ante el teclado sin aprender primero el oficio». Y dice algo que, por ser uno de mis recurrentes berrinches, voy a reproducir aquí: «Si nuestro sueño fuera componer música, ¿nos diríamos a nosotros mismos: “Ya he escuchado muchas sinfonías… también sé tocar el piano, creo que compondré una este fin de semana?”. No. Pues es exactamente así como empiezan muchos guionistas: “He visto muchas películas, algunas buenas y otras malas…. saqué un sobresaliente en redacción… han llegado las vacaciones»».

 Nunca he sentido que sabía menos que nadie por no haber estudiado una carrera universitaria, pero sí considero que he perdido un tiempo valioso creyendo que sabía suficiente. Podría haber orientado mejor mis esfuerzos de haber sido más humilde. De todas formas, me consuela pensar que dudo que hubiera encontrado profesores capaces de hacerlo suficientemente bien como para sacarme de mis empeños y errores. Es hoy cuando las clases de escritura creativa se están prodigando y, aun así, pienso que pocos son capaces de hacerlo realmente bien.

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Fotografía de interludio para amenizar la lectura de Zach Stern (Flickr)

 Referirme a McKee, a un profesor capaz de transmitir sus amplios conocimientos o a cualquier persona por muy calificada que esté, no es condición para que lo que digo (y dice) sea algo inmutable, es cierto. No estoy planteando que nada de lo que McKee escribe en su libro (o yo mismo estoy escribiendo ahora mismo) sea una verdad absoluta. Pero, ¿cuándo enseñar ha sido perjuicio de algo si no condiciona, sino que expande la mente y amplía los recursos de cualquiera? Aun cuando creamos que aquello que nos quieren enseñar esos libros no nos sirve a nosotros, probablemente sí hay algo que podamos aprovechar.

 Cuando comencé a leer El guion hace seis años, lo dejé apenas empecé a leerlo y me convencí (como ya he dicho) de que lo que decía no era aplicable a la escritura de novelas. Llegué a asumir que, precisamente, la gracia de escribir residía en tener libertad total y despertar un conjunto de emociones interiores que iban tomando forma poco a poco. Que la labor de todo escritor de literatura era ir uniendo las piezas conforme aparecían en la mente y todo para conformar ese universo secreto para, finalmente, dar un paso atrás, mirar nuestra obra con los ojos de un padre y mostrar el resultado al mundo. Lo veía como una especie de juego, nada tan serio como para necesitar de un análisis previo y requerir de una planificación. No había una pauta, una técnica: la gracia y la motivación del hecho mismo de escribir residía en esa ausencia de normas (más allá de las gramaticales, claro: escribir “Porgrot muung fluflus vahj” no llevaría a nadie a ningún sitio. A no ser que ahora mismo esté escribiendo en alguna lengua reconocible sin darme cuenta, lo cual me haría sentir muy especial). Creo que mi actitud podría calificarse de vagancia, así de simple. No me apetecía esforzarme en analizar y considerar el estudio de la propia creación artística ni asimilar nuevos conceptos porque, simplemente, pensaba que ya sabía lo suficiente por haber leído y escrito mucho. En cierta manera menospreciaba el arte de la ficción porque, parecía, era algo que surgía de mí como algo innato, tan simple y fácil como orinar.

 «El novato se lanza hacia adelante sin mirar, contando únicamente con su experiencia, pensando que la vida que ha vivido y las películas que ha visto le dan algo que contar y una forma de contarlo. Sin embargo, valora demasiado la experiencia».

 Estoy hablando de todo esto porque escribir un guion para una serie televisiva me ha hecho pensar un poco en cómo he afrontado (en muchas ocasiones) mis propias historias. En el taller, he escaletado junto a los compañeros el episodio de una serie de ficción y discutido qué personajes necesitábamos y hacia dónde iban cada una de las subtramas que íbamos abriendo. Yo podría haber decidido que mis primeras ocurrencias servían (lo cual he hecho cientos de veces al escribir), pero el tener a otros compañeros analizando mis planteamientos, coartándolos antes incluso de que comenzaran a expandirse, me ha hecho ver que, en realidad, no sólo esta manera de trabajar no funciona, sino que seguir indagando enriquece mucho el resultado.

 Para mí uno de los retos más estimulantes al escribir era afrontar las consecuencias de una acción determinada, ver hacia dónde iba e intentar, como si de un desafío intelectual se tratara, resolver una convulsión en el mundo que estaba creando; como si, de repente, esa pieza de dominó empujara a las siguientes formando una nueva estructura de la que no tenía mucha idea: lo que me emocionaba era seguir su recorrido. Como la vida misma.

 Escribir una novela, sin embargo, no consiste en reflejar la realidad (esa incertidumbre del qué pasará) y hacer que otros la vivan, sino en construir una ficción lo más coherente y entretenida posible. La realidad suele ser aburrida: la gente hace caca, tiene que dormir, va a comprar el pan, se le queman las lentejas, cosas que no van a ningún sitio, cosas que, en muchas ocasiones, no tienen sentido, no aportan nada, no interesan. En el universo de las historias de ficción todo es mucho más complicado. Uno tiene que atraer la atención, tiene que interesar a otra persona por algo verdaderamente importante o, aunque no tenga importancia, hacerlo de una forma atrayente. (Lo ideal, en realidad, sería contar una historia fascinante con un estilo maravilloso. Pero a falta de un buen estilo, tener una buena historia entre manos es la mejor baza para que nos compren nuestra historia. Supongo que hay personas capaces de contar cómo se le quemaron las lentejas mientras iba a comprar el pan dejando con la boca abierta a muchos lectores. Aunque esa historia se olvidaría pronto, la atracción del narrador reside en el estilo nada más, lo que también considero muy meritorio).

 Yo he practicado ese libre albedrío en la mayor parte de mis relatos cortos (y lo sigo haciendo). Considero que un relato corto permite estos malabarismos a ciegas. Según qué historias funcionan muy bien así. Aunque he de reconocer que en muchas de ellas tenía el final (lo que en guion sería el clímax) más o menos claro, casi siempre me dejo llevar por las reacciones de mis personajes a las pruebas de fe y torturas por las que les hago pasar. Pero una novela es como un guion cinematográfico en cuanto a su estructura, incluso diría que mejor, porque permite navegar por la mente de los personajes y jugar con el lenguaje de una forma de la que la narrativa visual, a pesar de su fuerza, está impedida. Además, la cercanía, el grado de intimidad y complicidad que ofrece un libro es difícil de alcanzar a través de una película.

Guion McKee
El libro de McKee y el de Chion.

¿Por qué no queremos aprender a escribir? Como leía hace pocos días en un comentario a un amigo bloguero (y amigo también en mis años de instituto) parece que escribir es algo muy sencillo. Al aprenderlo en la escuela, al ser algo que creemos tan dominado, algo que pertenece a nuestro día a día, valoramos que el salto a escribir una novela después de escribir una redacción sobre los diferentes tipos de nubes o un resumen del tema cuatro del libro de ciencias o esas cosas que escribimos en nuestro diario o las creativas notas de la compra que dejamos a nuestra mujer es algo natural. Además, por haber leído muchas novelas, pensamos que entendemos cómo funcionan: sabemos cuáles nos gustan (aunque no hayamos analizado por qué) y al ver otras que han llegado a vender mucho pero que consideramos francamente malas (y puede que con toda la razón), se nos ocurre que podemos escribir algo mucho mejor y que, además, cualquier editorial estará encantada de publicarlo. McKee habla de esto:

 «Y respecto a la técnica, lo que el novato confunde con su oficio es simplemente su absorción inconsciente de elementos narrativos de todas las novelas, películas u obras de teatro con las que se ha encontrado. (…) El escritor sin formación lo llama instinto aunque sólo se trata de un hábito que resulta rígidamente restrictivo».

 Pero, cosa curiosa, encontré que también se hablaba del instinto, en este caso como intuición, en la contraportada del libro de Michel Chion.

 «Los buenos guiones no surgen por generación espontánea; nacen de la intuición de las normas, de la profesionalidad adquirida por la experiencia y del estudio. Las historias son siempre las mismas, es el arte de la narración lo que permanece abierto y renovable».

 Ese instinto, esa intuición y el atrevimiento de pensar que escribir es fácil me ha llevado a emprender el enorme esfuerzo de escribir novelas que, por el mero hecho de terminarlas, me parecía un logro, cuando lo que tendría que haber pensado era si, en realidad, había sido capaz de hacerlo bien. Pero jamás he afrontado la creación como algo que contuviera unos mecanismos que se escaparan a mi control, precisamente por haber leído mucho y sentir que, para mí, la escritura era algo natural y sencillo. Ahora, cuando observo algunos de mis trabajos, páginas y páginas de historias que comenzaron a escribirse, me doy cuenta de cuánto esfuerzo me podría haber ahorrado de haber aprendido determinadas cosas.

 Sentirnos seducidos por la magia de la creación es algo que todos hemos vivido. La espontánea aparición de ideas o, una vez esbozados nuestros personajes y encaminados dentro de nuestra historia, sentir cómo parece que, en un momento determinado, empiezan a cobrar vida (e incluso dicen y hacen cosas distintas a las que nosotros teníamos planificadas para ellos) es algo fascinante.

 «Ese “nacimiento sobrenatural”, según McKee, es un encantador autoengaño que hechiza a los escritores. No obstante esa repentina impresión de que el relato se está creando a sí mismo sencillamente marca el momento en el que el conocimiento del autor sobre el tema ha llegado a un punto de saturación. El escritor se convierte en el dios de ese pequeño universo y está atónito por lo que parece ser una creación espontánea, aunque en realidad sólo es la recompensa a su trabajo».

 Lo que McKee pretende en su libro El guion es hacernos entender que ese punto al que llegamos tras haber estado trabajando nuestra historia puede alcanzarse antes de comenzar a escribir y conlleva muchos beneficios. Si de forma subconsciente llegamos a un conocimiento tan grande del mundo creado que se mueve sin nuestro control es que no hemos hecho bien el trabajo. Entender el mundo que vamos a crear antes de plasmarlo en unas hojas de papel nos lleva a enriquecerlo todavía más y a sacar de él todo el provecho, dirigiendo las acciones con un fin y trabajando a los personajes con un conocimiento mucho más íntimo que nos permitirá saber si son los personajes que necesitamos o si la historia requiere ser redirigida de una forma u otra para convertirla en una historia verdadera y llena de fuerza y sentido. Esto significa aprovechar al máximo nuestro tiempo y nuestras aptitudes en la consecución de la mejor de las historias posibles.

 Nuestra tendencia es a redactar, a dejar correr una idea para que nuestra intuición la persiga. Estamos emocionados al principio, pero pronto nos vamos cansando a medida que avanzamos. En algún momento mientras la idea brinca, hace cabriolas, corretea a nuestro alrededor y se detiene burlona sin que sepamos cuál era la intención de todo lo que hemos escrito, de repente nos parece que todo cobra sentido de nuevo y volvemos a ir entusiasmados en pos de esa idea. Lo que ha ocurrido, en realidad, es que durante el tiempo de inactividad nuestro subconsciente ha hecho el trabajo sucio. Una vez concluida nuestra historia, miramos atrás. Sabemos que ahora toca ordenar los zigzagueos y dudas de nuestra caprichosa idea, lo que nos exigirán mucho más de nosotros. Pero, ¿cómo reconstruir ahora ese recorrido extraño de nuestra antojadiza idea para conformar algo sólido? Si dedicáramos todos nuestros esfuerzos a entender nuestra historia, nuestros personajes, el mundo que vamos a crear antes de empezar a escribirlo, a pensar durante días y días qué queremos hacer sin apresurarnos, la idea ganaría una dimensión mayor y, aunque creamos que la conocemos tan bien que cualquier paso que dé nos llevará a un punto que tenemos controlado, nos sorprenderá igualmente realizando giros asombrosos que jamás hubiéramos esperado. No sólo nuestra historia será mucho mejor, sino incluso mejor de lo que creíamos que podría ser.

 Esta forma de escribir, además, permite reconocer cuándo una idea no va hacia ningún lugar. Al trabajar paso a paso cada una de las escenas de nuestra historia, podemos moldearla mucho mejor.

Chion contra
Contraportada de Cómo se escribe un guión. Ed. Cátedra, col. Signo e imagen.

 Y ahora tú tienes una novela terminada y yo la estoy leyendo y te preguntarás si algo de lo que he dicho tiene relación o no con tu trabajo. Podría responderte que no, porque todo lo que he escrito es un modo de resumir lo que me ha pasado estos días, meses y años atrás. Pero voy a empezar a leer el borrador de tu novela y todo esto que tengo en la cabeza estará presente. Si algo de lo que pueda decirte te sirve para mejorar el resultado de tu trabajo, me sentiré halagado y contento de que sea así. Yo espero poner en práctica lo aprendido.

 Y de nuevo, como dices, una vez terminado todo, nos encontraremos con el dilema de qué hacer: si buscar editorial y pensar en la siguiente novela, o volcarnos en la promoción restando tiempo a escribir otro posible best seller (porque nadie dice que no hayas escrito uno con esta novela, por ahora). Tú parece que lo tienes ya casi decidido y yo, por mi parte, miro de reojo a las nuevas editoriales, no por pereza, sino porque lo que un escritor necesita es escribir, aunque para un independiente todo es mucho más complicado.

 Te deseo lo mejor con tu nueva novela. Espero que Con la vida a cuestas llegue muy lejos. Me alegra estar involucrado en ese proceso, aunque sea aportando lo poquito que sé. Tuviste una buena idea sorteando entre una serie de participantes cinco lectores. Tener una perspectiva desde fuera del trabajo de uno es algo muy valioso. Cuando uno relee lo hecho, debe intentar posicionarse lo más lejos posible, pero resulta muy complicado. Así que la visión de otros lectores seguro que enriquece el resultado.

 Dentro de poco llegará Kosmopolis, la VIII Fiesta de la Literatura Amplificada y seguro que tendrás muchas cosas que contar. Además, podrás hablar del proceso creativo de tu última novela.

 «Los personajes de Con la vida a cuestas (…) Parten de situaciones personales terribles en muchos casos y lo que buscan es algo que les vuelva a encender la llama».

 Ya he empezado a conocer a Alberto y Lorena y tengo ganas de darte mis nuevas impresiones al respecto.

 En tu anterior carta, también me decías:

 «Me están pasando cosas buenas. Desde que dejé de preocuparme por lo que no depende de mí, desde que dejé de pensar en la literatura como una salida profesional que me fuera a dar dinero a corto plazo y decidí, por tanto, escribir porque es lo que más me gusta hacer y considero que es lo que hago mejor, sin metas, sin exigencias, sin presión, todo “fluye”».

 Está claro que esa actitud es la mejor de todas. Uno ya tiene suficiente con meterse en una habitación (o salir a una plaza) con la idea de escribir una novela que no sabe si leerá alguien o no y si gustará a más o menos personas, como para pensar en que, además, pueda obtener dinero de ello y se podrá ganar la vida. Si te están ocurriendo cosas buenas es, precisamente, por mostrarte cómo eres y por esforzarte tanto en alcanzar tu meta. Yo creo que ya has conseguido mucho, no porque no haya más cosas adelante, sino porque tu segunda novela está en camino, te reconocen el esfuerzo, te leen y te siguen muchas personas. Incluso haces charlas en eventos culturales. 🙂 Lo único que cambiará en el futuro, si todo sigue así, es que habrá más personas y, probablemente, más eventos. Aunque suena tentador, ¿verdad?

Me gusta el lugar en el que escribes. Además tienes la suerte de poder hacerlo en cualquier lugar con tu libreta. Tienes mucha suerte.

En fin, te dije en algún correo que estaba preparando una carta de tres mil palabras. Pues ya ves que lo he hecho y he escrito unas poquitas más. Ahora te toca a ti. 😉

¡Un abrazo!

Toni.-

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5 comentarios sobre “Jueves, 5 de marzo de 2015

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  1. ¿Cómo responder a esta carta sin escribir otra carta? Sencillamente, no es posible, así que pronto te envío una nueva. De todas formas, algo sé que voy a decir aquí.
    Me gusta este párrafo: «Cuando una persona con talento escribe mal, lo suele hacer por uno de los siguientes motivos: o está obcecada con una idea que quiere demostrar, o le embarga una emoción que quiere expresar». Y añade: «Si una persona con talento escribe bien suele ser por expreso deseo de llegar a su público». Y es indudable que tiene razón porque, como el mismo McKee escribe: «Sin él (el público), el acto creativo es inútil».
    Es una idea que he defendido siempre: el arte tiene sentido porque comunica, y para comunicar es imprescindible que exista un receptor. Yo tengo clarísimo que escribo para ser leído. Escribo lo que yo quiero, pero pensando siempre que eso tiene que leerlo alguien. Por tanto, mi objetivo es que ese alguien disfrute con lo que yo escribo.
    Es indudable que tengo mucho que mejorar. Tu primer email con los comentarios sobre lo que habías leído del inicio de mi novela me ayudó mucho. Puede que no estuviera de acuerdo con algunas de las cosas que decías, pero sí con la intención, y creo que me ha servido para afrontar la primera revisión con los ojos de un padre satisfecho, sí, pero también crítico.
    Respecto a todo lo que explicas en esta carta, hay ideas que comparto, pero otras no. Eso es lo bueno de este ¿oficio? (yo cada vez siento más que lo es), tener puntos de vista diferente que enriquecen el debate.
    Sigo pensando que, aunque es cierto que el aprendizaje y depuración de técnicas es necesario, la literatura es una actividad creativa que debe dejar un margen más o menos ancho (dependerá del creador) a la espontaneidad. Puede ser una espontaneidad controlada. Las ideas pueden volar, pero no escapar de la atmósfera, claro. Hay autores que necesitan tenerlo todo controlado de principio a fin, aunque durante el proceso de escritura puedan cambiar cosas, mientras que otros enriquecerán más su obra si la planificación no es tan estricta.
    Yo me dejo llevar bastante, pero eso no significa que no tenga claro adónde quiero llegar, cómo, y por qué. No soy una persona demasiado metódica, no escribiendo, sino en ningún aspecto. Las ataduras me aburren, me acaban ahogando. Necesito espacio para la improvisación, todo lo posible dentro de una vida bastante planificada, como la de casi todo el mundo. Y el espacio que más libertad me proporciona es el creativo.
    Es evidente que no se puede afrontar la escritura de una novela dejándose llevar. Yo he cometido errores en ese sentido porque he pretendido compatibilizar la creación con otras muchas cosas, y eso resulta muy contraproducente. Pero una vez te impones la rutina de escribir a diario, a la misma hora, en los mismos sitios, escuchando la música que te inspira, todo es mucho más fácil.
    Quizás no he llenado páginas y páginas de notas, pero te aseguro que mi limitada mente, una vez logré poner orden a mi rutina creativa, estaba repleta de ellas. No sé si es ortodoxo o no, pero más que, por ejemplo, planificar a los personajes, los sentía, y sentir, en mi opinión, quizás equivocada, es mucho más rico, aporta muchos más matices que pretender poner por escrito cómo es ese personaje, qué hace, por qué, y qué pretende. Seguramente no son cosas excluyentes. Ya te digo que estoy aprendiendo y es posible que con la próxima novela cambie algunos hábitos. Casi seguro que lo haré, porque tengo bastante claro que va a ser un thriller con pretensión de crear suspense y sorprender. En ese caso necesitaré tener muy clara la trama y los detalles de principio a fin.
    Vaya, iba a ser muy breve y al final resulta que casi escribo la carta de respuesta. Jajaja…
    De todas formas, me dejo muchas cosas para escribir con detenimiento sobre ellas.
    Muchas gracias por todo el apoyo, la colaboración, los consejos (que aprecio de veras), y por estos buenos ratos de lectura epistolar.
    ¡Un abrazo!

    1. «Las ataduras me aburren, me acaban ahogando. Necesito espacio para la improvisación». Según McKee establecer un «entorno seguro» brinda todavía más libertad. Ahora no tengo el libro en la mano, pero viene a decir que, trabajando la idea todo lo posible, la libertad surge en el momento en que vamos decidiendo cuáles son las mejores opciones entre todas las posibles que se nos ocurran. No coarta la creatividad, si no que la potencia encauzándola mejor. Pero te entiendo perfectamente. Yo siempre he escrito de la forma en que me dices, pero desgraciadamente no he obtenido los resultados que esperaba. Si tú te sientes satisfecho, no tiene sentido buscar alternativas. Y, oye, me mola que ya estés pensando en ese thriller. ¡Un abrazo! 🙂

  2. Reblogueó esto en la recachay comentado:
    Toni Cifuentes me envía una nueva carta en la que reflexiona sobre la manera como afrontar la escritura de una novela. Merece mucho la pena leerla con detenimiento. Es toda una declaración de intenciones con la que en buena parte estoy de acuerdo, aunque hay cosas que veo de manera algo diferente. Pronto escribo mi respuesta.

  3. La primera vez que leí esta carta que le hiciste a Benjamín, pensé «me siento identificado con mucho de lo que dices, de dejar que el proceso en sí mismo sea el goce, de dejarse llevar y esas cosas». Pero, esta segunda vez – que al fin comento -, me doy cuenta de que me subestimé y subestimé lo que hago. No diré que siempre logro lo que busco con mis cuentos, porque sería una mentira absurda y ridícula. Lo que sí puedo decir es que siempre lo intento: pienso en un tema, pienso en los medios más eficientes para lograrlo – desde mi visión de qué cosa es la literatura, claro -, y enfoco cada palabra del cuento a ello. Algunas veces salen cosas de las que me sorprendo, y otras veces sorprendo a otros. Y me lo han dicho: que suelo anteponer la forma al fondo, porque mis fondos son parecidos. Que quizá quiero decir lo mismo una y mil veces. Y he pensado, con el tiempo, que quizá se debe más a mi forma de ver la vida y la literatura que a un fallo a corregir: ir por cuanta ruta me sea posible a un objetivo que aún no logro alcanzar. Por eso hablo de lo que hablo en mis cuentos (amistad y amor, sobre todo), y por eso hay tantas y tantas variantes de ello. Yo pensaba que escribía desde mi experiencia, y hace unos días un lector me hizo ver que sí, pero no como yo creía. Me dijo que le sorprendía que yo hubiese hablado de un tema tan bien y que yo no lo hubiese vivido nunca. Una forma de amistad que desconozco, en su forma, pero en su fondo la tengo bien sabida. Es en ese juego de forma-fondo, donde algunos creen que me centro más en una cosa que en otra, donde he encontrado lo que me hace pasar el triple de tiempo editando un cuento en comparación al tiempo que paso en escribirlo, y la forma en que mi mente se pone de obsesiva y borra de tajo párrafos enteros si no sirven, pero que desde que los pienso debo saber para qué lo pensé. La primera vez que leí esta carta pensé en admitir que no iba yo a ningún lado, salvo a la auto-complacencia, pero esta segunda vez me ha servido para reconocer, por raro que sea (porque yo no lo suelo hacer), que no voy por tan mal camino. Que releer el mismo cuento una y otra vez porque he desmenuzado casi cada uno de sus párrafos, o analizado la psique o la función del personaje o el sentido del texto, no han sido malas prácticas sino todo lo contrario. Y me da gusto, al terminar de leer esta carta, poderme decir que aún siendo un novato, me puedo enorgullecer de no sentir que lo sé todo, pero que intento saber más.
    Agradezco que compartieras esta carta. Ambas veces me sirvió para pensar, con todo y que pensé cosas distintas.
    Un saludo, Toni.

    1. Gracias por leerme. El camino se hace al andar, como decía Machado. Y eso implica un ir hacia adelante, un cambio. Lo que hay que intentar es que sea para mejor, pero los tropiezos sirven mucho más que las victorias. Tampoco hay que tener prisa. Yo, desde luego, lo que me llevo de todo este tiempo invertido en investigar (e investigarme) es que hay que esforzarse por llegar a más y utilizar las herramientas que tenemos a mano que nos ayudan en esa mejora, tal vez, entonces se logren las cosas. Si no, pues uno habrá llegado más lejos de lo que esperaba por lo menos en su interior, que nunca es malo, ¿verdad? Interesante reflexión la tuya. Muchas gracias otra vez. 🙂

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